La novela comienza tras la victoria de los Persas en las Termópilas, donde tras aniquilar a Leónidas y los suyos, encuentran un superviviente, Xeones, un soldado auxiliar extranjero que combatía con las tropas carmesíes. Jerjes lo manda atender por sus médicos, y lo lleva a su tienda para que le relate la historia de los Espartanos, que le fascinaba y aterraba a la vez, ya que no comprendía el sacrificio máximo que esa raza era capaz de realizar en un inútil (no lo fue tanto al final) acto simbólico.
Xeones actuara como cronista, y narrara su vida desde su nacimiento hasta su caída en las puertas calientes al lado de los 300. A través de la historia de Xeones, Pressfield nos contará de un modo muy didáctico, las costumbres espartanas, haciendo hincapié en el entrenamiento de los muchachos desde la infancia, preparándolos para la guerra hasta convertirlos en máquinas de combatir.
Los jóvenes espartanos son adiestrados desde la infancia en unas normas duras y rígidas donde se prima la seguridad del grupo sobre el individuo. Un soldado puede perder la espada y su casco pero, se le castiga por descuidar su escudo: el escudo sirve para proteger a sus compañeros de línea.
“Este es mi escudo.
Lo llevo ante mí en la batalla,
Pero no es sólo mío.
Protege a mi hermano que está a mi izquierda.
Protege a mi ciudad.
Jamás dejaré a mi hermano fuera de su sombra
ni a mi ciudad fuera de su abrigo.
Moriré con mi escudo ante mí
enfrentándome al enemigo.”
Nuestro protagonista quedará huérfano de polis de muy joven, y se dirigirá a Esparta para vivir junto a los lacedemonios, ya que Xeones ha tenido siempre una educación filoespartana. Su tutor le decía “Atenas y Corinto hacen monumentos y poesía, pero Esparta hace hombres”. Allí, intentará asimilar la vida espartana, aunque nunca podrá obtener la ciudadanía de pleno derecho. Finalmente, será entrenado con las tropas auxiliares espartanas, junto con algunos ilotas selectos.
Desde ese momento, y hasta la batalla del desfiladero, Pressfield se servirá de unos cuantos actores para hacernos un boceto general de la Esparta de la época: Leónidas, Dienekes y otros tantos espartanos reales nos mostrarán la vida de los soldado de la lambda.
Encabezados por los temibles espartanos, varios contingentes de aliados griegos se reunirán en las llamadas Puertas de fuego. Durante los días que puedan resistir, lucharán para evitar que la marea persa aniquile sus ciudades.
El objetivo de Leónidas era triple. Por un lado, quería ganar tiempo para que Esparta organizara al resto de Grecia y coordinaran una gran alianza militar conjunta que pudiera hacer frente a los persas. Por otro, debilitar las fuerzas persas por hambre, ya que ese enorme ejército se alimentaba saqueando las tierras por las que avanzaba, porque su logística no alcanzaba para enviar comida y suministros desde Persia. Tenerlos parados largo tiempo en un sitio significaba hacerles pasar hambre y necesidades. Finalmente, quería dar un golpe de moral; a los persas en primer lugar, insuflando el miedo en sus corazones, al ver como un puñado de soldados les infringían tanto dolor, y que se aterrorizaran pensando en lo que pudiera pasar cuando viniera el grueso de los griegos, y al resto de los espartanos que dudaban en principio de la conveniencia de presentar frente, pero que se verían obligados por el honor a vengar a sus caídos en combate.
Leónidas, decide interceptar el avance de los persas en un embudo natural, el desfiladero de las Termópilas, por donde tenían que pasar obligatoriamente. Allí, aprovechando que la orografía del terreno les era favorable, y dejaba inoperativa la superioridad numérica de los persas, esperaba retenerlos un tiempo, aunque sabía que finalmente habrían de fallecer todos. Por ello, sólo se llevó a unos cuantos espartanos (300), asegurándose que todos ellos eran hombres maduros que dejaban heredero varón, puesto que no volverían a engendrar de nuevo. Les acompañarían unos pocos miles de soldados auxiliares, y algunos soldados de otras polis griegas.
“En seiscientos años, dice el poeta, ninguna mujer espartana ha contemplado el humo de los fuegos enemigos.
Leónidas levantó ambos brazos y los estiró, y alzó su rostro a los dioses.
—Por Zeus y Eros, por Atenea la Protectora y Artemisa la Recta, por las Musas y todos los dioses y héroes que defienden Lacedemonia, y por la sangre de mi propia carne, juro que nuestras esposas e hijas, nuestras hermanas y madres no contemplarán esos fuegos ahora. Bebió, y los hombres le imitaron.”
Y aquí, ahora, en esta escarpada tierra llamada Platea, las hordas de Jerjes se enfrentan a la aniquilación. Ahí están, los bárbaros desalmados, con el corazón encogido y tembloroso el pulso, aterrorizados, pues son conscientes del despiadado y brutal horror que sufrieron frente a las espadas y lanzas de los trecientos. Y ahora, desde el otro lado de la llanura, contemplan a diez mil espartanos a la cabeza de treinta mil griegos libres…
“Se oyeron las trompetas del enemigo más allá del desfiladero. Ahora se veía claramente la vanguardia de los persas y los carros y escoltas con coraza de su rey.
—Ahora, a tomar un buen desayuno, amigos —Leónidas sonrió—. Pues todos compartiremos el almuerzo en el infierno.”
Si buscas una novela épica, sin duda alguna Puertas de Fuego es épica pura. Con mayúsculas.
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