jueves, 10 de marzo de 2016

En las montañas de la locura – Lovecraft, Howard Phillip




En las montañas de la locura ( At the Mountains of Madness) es una novela del escritor estadounidense H. P. Lovecraft, escrita en el año 1931, entre los meses de febrero y marzo, pero no vio la luz hasta cinco años después en tres números consecutivos de la revista Astounding Stories (de febrero a abril) una de las primeras revistas pulp dedicadas a la ciencia ficción y que posteriormente fue rebautizada como Astounding Science Fiction, muy seguramente para recalcar el carácter de ficción de sus relatos.

Es también un claro homenaje a su, probablemente, mayor influenciador: Edgar Allan Poe. Las montañas de la locura sería un homenaje a su novela inconclusa La narración de Arthur Gordon Pym.

Las montañas de la locura  consiste en una historia en primera persona de un geólogo de la Universidad de Miskatonic , el cual realiza una expedición al continente antártico junto a un equipo de especialistas. El superviviente narra cómo se inició el proyecto donde se detalla la presencia de un gran equipamiento que incluía aeroplanos, trineos y todo lo indispensable para que el proyecto llegara a buen puerto pero, las planificaciones de la expedición se ven truncadas debido a un vuelo de reconocimiento donde se topan con una impresionante cordillera oscura llena de maldad.

El primer grupo que decide explorar esta cordillera, desaparece en extrañas circunstancias y después de varios intentos de localización, la expedición al completo se desplaza al lugar para  investigar qué ha ocurrido en ese tétrico lugar...




A caballo entre el género de horror y la ciencia-ficción, En las montañas de la locura  es uno de los escasos relatos largos de H. P. Lovecraft (1890-1937); enmarcado en el ciclo de los Mitos de Cthulhu, donde se describe la historia de los Primordiales, también llamados Antiguos, desde su llegada a la Tierra, en medio de las tinieblas primigenias, hasta su supuesta desaparición.

La narración forma un entramado perfecto en el que los mitos arcaicos y el caos abismal quedan impregnados por el horror arquetípico característico de los relatos de este extraño fundador de religiones, divinidades y cosmogonías.

Es, en suma, una obra profundamente lovecraftiana, absolutamente representativa y, aunque no es la más adecuada para que un profano se aproxime con cautela por vez primera al universo del autor, sí se trata de una pieza indispensable para comprender mejor los mecanismos literarios y la magnificencia de una de las mitologías más exuberantes, horrendas y fascinantes.



Lovecraft inicia el relato utilizando uno de sus recursos más característicos: por boca del afligido protagonista es que nos hace llegar la extraordinaria narración de unos sucesos que mejor deberían estar ocultos al conocimiento humano pero,  que ineludiblemente, es necesario sacar a la luz. Esta inclinación del narrador a temer sus propias palabras –y sobre todo sus propios recuerdos– predispone al lector a fijar su atención en algo que ya se imagina espantoso. Ningún método mejor que el lovecraftiano para llamar nuestra atención.  A partir de aquí, la narración asciende por una escalera de horrores en la que cada peldaño nos conduce al siguiente descubrimiento ominoso.

Narra el profesor superviviente cómo se inició la expedición y cómo en uno de los vuelos de reconocimiento se toparon con una impresionante cordillera, tal vez más elevada que el Himalaya donde, un primer grupo llega por tierra a sus estribaciones y acampa al pie de los montes. Las exploraciones de la zona llevan al grupo a descubrir una cueva en cuyo interior encuentran catorce fósiles de una estatura superior a la humana pertenecientes a unos seres totalmente desconocidos para la ciencia: el cuerpo principal del organismo tiene forma de barril, sostenido por una serie de patas, de su extremo superior surge un ramillete de tentáculos y dispone de unas alas membranosas replegadas a ambos costados. Ante estas circunstancias, el destino inicial de la expedición es modificado y todo el resto de la misma se encamina hacia la base del primer grupo que tras una tormenta había dejado de comunicarse…


 


Pero, solo un autor con la maestría de H. P. Lovecraft podría transformar las tierras áridas y desiertas de la Antártida, un lugar donde apenas existe vida, en un mundo terrorífico poblado de amenazas milenarias para la razón humana.

“Guardo indeleblemente grabados en la memoria todos los incidentes de aquel vuelo de cuatro horas y media, por tratarse de un momento crucial en mi vida, que marca la pérdida, a mis cincuenta y cuatro años, de toda la paz y equilibrio mental resultantes de la aceptación de un concepto habitual de la naturaleza y de sus leyes”.




Lovecraft no es un excelente escritor ya que la fluidez de su construcción narrativa a todo lo largo de En las montañas de la locura es prácticamente nula. Con frecuencia repite, por boca siempre de su único narrador (no hay, ni una sola línea de diálogo en todo el relato) argumentos ya expuestos unas páginas más atrás y frases que se reiteran en demasía. También se le puede achacar un ritmo excesivamente lento, que en ocasiones puede llegar a atascarnos en la lectura pero que, a la vista del extravagante resultado final del relato, en otras ocasiones puede parecer incluso adecuado al ambiente enfermizo y obsesivo de la historia.

El terror cósmico, propio de su autor, llega de la mano de los Shoggots, unos seres temibles, capaces de destruir a la raza más evolucionada que los creó: los Antiguos. Y si ellos, con todo su poderío, no pudieron controlarlos, ¿qué han de esperar los hombres?


Curiosamente en esta obra existe una gran aportación de datos a la hora de describir los extraños seres que los miembros de la expedición encuentran, así como sus antiguos hogares o las mismas montañas que sirven de inmejorable escenario. Todo un despliegue de medidas: longitudes, latitudes, diámetros, y hasta la mínima pulgada son ofrecidas como parte de la oposición de la cordura humana (expresada por la obsesiva actitud de anotarlo todo) ante la evidencia de tantos descubrimientos impensables.


“El pétreo laberinto sin nombre consistía en su mayor parte de muros de diez a cincuenta pies de altura y entre cinco y diez pies de grosor. Estaba formado principalmente por prodigiosos bloques de oscura pizarra primordial, esquistos y piedra arenisca, bloques en algunos casos de hasta 4 x 6 x 8 pies, aunque en varios lugares parecía estar labrado en un lecho desigual y macizo de roca de pizarra precámbrica”.


 


Lovecraft acumula rasgos de verosimilitud. Así, el narrador describe los bajorrelieves de una raza extraterrestre con la misma franqueza con la que menciona varias veces el Necronomicón. La descripción de la ciudad por parte de Lovecraft es sencillamente magistral, con sus desolados edificios de piedra oscura, de unas dimensiones más que sobrehumanas, y donde flota un ambiente de tumba abandonada donde sin embargo parece aguardar una amenaza sin forma. Conforme se adentran en la ciudad los protagonistas descienden a un oscuro mundo sin rastro de vida, vagando por grandes salones de piedra cubiertos con jeroglíficos que narran la historia de una raza extraterrestre. La misma curiosidad científica de los protagonistas es la que les mueve a descender cada vez más, a pesar de que ambos son conscientes de que cuanto más bajan más cerca están de horrores que no pueden ni imaginar. En un ‘crescendo’ de pistas siniestras y horrores apenas atisbados el narrador y su acompañante irán descubriendo que no están tan solos como desearían…

 
  


No es nada peculiar que esta obra apareciera tanto tiempo después de su redacción si tenemos en cuenta que Lovecraft nunca se consideró verdaderamente un escritor, que la mayor parte de su obra salió a la luz tras su fallecimiento y fueron muchos años después cuando recibió el reconocimiento debido. Lo que sí quedó claro es la gran pasión con la que la concibió pues, desde muy pequeño, albergaba una gran fascinación por la Antártida, como puede desprenderse de unas cartas en las que revela haber escrito dos relatos que jamás fueron encontrados: “Wilkes’s explorations” (1902), “The voyages of Captain Ross, R.N. (1902) y “Antartic atlas” (1903). No obstante, incluso En las montañas de la locura estuvo a punto de no ver la luz.



En el cine se ha hablado durante mucho tiempo de una posible adaptación de la obra dirigida por Guillermo del Toro, posteriormente por Peter Jackson y después nuevamente por Guillermo.
Guillermo del Toro vuelve a estar de actualidad. Es uno de esos cineastas a los que se le asocian numerosos proyectos, muchos de los cuales no llegan a arrancar, bien porque se anunciaron antes de tiempo o porque sencillamente no es posible llevar tantos a la vez.

 

Universal Pictures canceló el proyecto tras diferencias creativas con Del Toro, que deseaba una película para mayores de edad. Las cosas han cambiado. El mexicano vuelve a tener el proyecto en su agenda en colaboración con Legendary Pictures.

"Ahora que el PG-13 se ha vuelto más flexible creo que podría hacerla. Así que voy a explorar la posibilidad para que sea lo más terrorífica posible sin ser tan gráfica", ha declarado Guillermo del Toro, que planea estrenar dos montajes, uno apto para menores de 13 años y otro íntegro para adultos. Habrá que tener paciencia porque al menos hasta 2017 no podrá ponerse a preparar el rodaje. A ver si para 2018...

En suma, una obra donde se puede sentir como se entra en la decadencia tanto física como mental del ser humano y percibir el terror y misterio que nos rodea. Una buena combinación de terror y ciencia ficción. Un argumento muy ingenioso y el hecho de que sea ambientado en una tierra tan desconocida e inhóspita para el hombre como la Antártida (más aún en los años en que se escribió la narración), le da un toque desconocido que resulta realmente atractivo. Un clásico que debe leerse.

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